Hay demandas para los miembros de la familia cristiana, que se pueden resumir en una sola expresión: la demanda para el esposo, es amar a la esposa; para la esposa, es estar sujeta a su esposo; para los padres es disciplinar y amonestar a sus hijos; para los hijos es obedecer a sus padres.
Señales de Advertencia que indican que su Matrimonio está camino al Desastre
1) Pasar un tiempo juntos suena menos y menos atractivo
Si ustedes todavía quieren pasar un tiempo juntos como una pareja, pero la vida se ha vuelto muy ocupada últimamente al punto de que se ha tornado difícil, esto podría conducir a problemas, pero no está en la zona de peligro aún. Si cualquiera de ustedes se ha vuelto indiferente en pasar el tiempo juntos, esto es una gran bandera roja, que necesita la atención inmediata.
2) Usted culpa a su cónyuge a menudo
Si usted se encuentra culpando a su cónyuge por todo (sobre su incapacidad de encontrar las llaves del carro, ó porque su niño obtuvo una puntuación baja en su libreta de calificaciones), su relación podría estar en el problema.
3) Contiendas y peleas en el hogar
Los matrimonios más exitosos son aquellos que saben cómo manejar las diferencias, y Dios quiere que el líder de la familia sea el que, teniendo o no razón, tome la iniciativa y "no deje que el sol se ponga en vuestro enojo". Si sembramos palabras de desprecio, rencillas, discordia... en nuestro matrimonio, podemos esperar cosechar una cosecha en la misma proporción y del mismo tipo que hemos plantado. Pero si plantamos amor, esperanza, aprecio, etc. en nuestros matrimonios, ¡Eso cosecharemos!
La Palabra de Dios establece que Dios no puede ser burlado y que lo que sembramos, eso cosecharemos. A veces sembramos palabras que hieren a nuestra esposa o a nuestro esposo y luego pretendemos cosechar flores. ¿Cómo es posible que sembremos discordia y disensión y pretendamos cosechar lo que no sembramos? ¡Es hora de comenzar a sembrar semillas buenas para cosechar frutos buenos en nuestros matrimonios! Un matrimonio ideal no es responsabilidad de uno solo, sino de todos en la familia. Dios desea que su hogar sea su santuario, el lugar adonde usted llegue y encuentre paz.
4) Han dejado de tocarse
Si ha pasado mucho tiempo desde que usted y su cónyuge tuvieron sus manos unidas, que se abrazaron, que se besaron, o que se juntaron para tocarse el uno al otro, su relación necesita una inyección de refuerzo.
5) Usted asume lo peor
Ustedes han dejado de darse el beneficio de la duda. En los primeros días de un matrimonio, los cónyuges asumen sólo los mejores motivos para las acciones del otro. Si, por ejemplo, al comienzo de su matrimonio, el marido duerme más tarde de lo normal un sábado por la mañana, la esposa puede pensar, “Él debe haber tenido una semana realmente difícil. Me alegro que él obtenga un tiempo para dormir.”
Unos años más tarde, sin embargo, ella puede tener una actitud diferente cuando él duerme el sábado. “Él lo tiene todo tan fácil, y es tan perezoso. Desearía yo poder dormir en un sábado mientras alguien más se levantaba temprano para cuidar de los niños. Él nunca se preocupa por nadie, sino sólo por él.” Si usted tiende a pensar de su pareja con ideas negativas, su matrimonio está en la zona de peligro.
En el mundo, el orden matrimonial asume diversas formas
Existe la forma del patriarcado, en que el marido, como padre de familia, es un señor que domina y gobierna sin contrapeso, donde la esposa y los hijos le temen y son como sus siervos. También existe el matriarcado, en que la mujer es la que maneja las cosas de la casa, a los hijos y aun a su marido, sea de manera explícita o simulada. Una forma más grotesca aún suele darse en el mundo y es que los hijos gobiernan a sus padres, los manejan a su antojo, constituyéndose a sí mismos en el centro del hogar y haciendo de sus padres meros servidores que atienden sus caprichos.
Cuando Cristo reina y ocupa el centro en una familia, ninguno sobresale por sí y en sí mismo. No hay gritos ni lucha por el poder. Todos atienden a la dirección del Único que tiene la autoridad, y todos se rinden a Él, en la posición y el ámbito de responsabilidades que Él ha asignado a cada uno. Cuando Cristo tiene el centro, el matrimonio y la familia funcionan bien, sin discordias ni estallidos de violencia.
Las demandas en la relación matrimonial
Hay demandas para los miembros de la familia cristiana, que se pueden resumir en una sola expresión: la demanda para el esposo, es amar a la esposa; para la esposa, es estar sujeta a su esposo; para los padres es disciplinar y amonestar a sus hijos; para los hijos es obedecer a sus padres. Siendo el varón la cabeza de la mujer, resulta para el esposo una demanda muy fuerte que ame a su esposa, porque ello implica, además, una restricción a su rudeza natural. Por eso dice la Escritura: “No seáis ásperos con ellas” (Colosenses 3:19), y “Dando honor a la mujer como a vaso más frágil” (1Pedro 3:7). El ser cabeza pone al hombre en una posición de autoridad, pero el mandamiento de amar a su mujer le restringe hasta la delicadeza.
Por su parte, siendo la mujer de un carácter más vivaz, el estar sujeta es una restricción a su natural forma de ser, por lo cual dice la Escritura: “La mujer respete a su marido” (Efesios 5:33b), y “La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción” (1Timoteo 2:11). No obstante, ella recibe el amor de su esposo, que la protege y la abriga. Si el esposo ama, facilita la sujeción de la esposa. Si la esposa se sujeta, facilita el que su esposo la ame. Con todo, si ambas conductas (el amar y el sujetarse), siendo tan deseables, no se producen, ello no exime ni al esposo ni a la esposa de obedecer el mandamiento.
¡No hay cosa más noble para un marido cristiano que amar a su mujer como Cristo amó a la iglesia! No hay cosa más noble, conforme van pasando los años, que encontrarla más bella, sentir que su corazón está más unido a ella, y que ha aprendido a amarla aun en sus debilidades y defectos. Porque ya no anda como un hombre, sino que camina en la tierra como un siervo de Dios. Bien que la primera demanda para el esposo – y que no deja de ser importante – es “dejar padre y madre” para luego unirse a su mujer. Es decir, procurar la autonomía e independencia respecto de los padres. Si esto se obedece desde el principio, el matrimonio se evitará muchos contratiempos.
El orden de Dios para el matrimonio
Los Maridos
Gran parte de los problemas matrimoniales se deben a que se viola el orden asignado por Dios para cada uno de los cónyuges creyentes. La influencia del mundo, un modelo paterno incorrecto, las deformidades de nuestro propio carácter, y una carencia de enseñanza bíblica sólida, han atentado una y otra vez contra la armonía familiar. Ante esto, sólo nos queda mirar al Señor y buscar la sana enseñanza de la Palabra de Dios. Lo primero que debemos dejar claro es que Dios ha diseñado el matrimonio, por lo tanto, sólo él puede enseñarnos acerca de cómo éste debe funcionar. Dios le ha asignado un cierto papel a cada uno de los cónyuges. Ignorarlos, o inventar substitutos, es buscar el fracaso matrimonial. El marido tiene un papel y la mujer tiene otro, de acuerdo a la configuración física, psicológica y espiritual de cada uno. El perfil de uno y otro no depende de la ideología o teoría de moda, sino del diseño de Dios.
La Biblia también dice: «Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella» (Efesios 5:25). Este amor tiene una característica sobrenatural, porque es el amor hasta el sacrificio con que Cristo amó a la Iglesia. El ejercicio de la autoridad no debe producir ira, sino un sano temor (Salmo 119:120), y debe ir muy complementada con el amor. En la toma de decisiones, el padre podrá escuchar a su mujer (y eventualmente a sus hijos), pero en definitiva quien decide es él, y quien, a la hora de cometer errores, debe asumirlos enteramente. La ruptura del orden de Dios al interior de la familia se produce cuando: a) el hombre de ‘motu propio’ cede su lugar a la mujer; b) cuando la mujer por sí misma usurpa el lugar del varón, o, c) cuando ambos, en un acuerdo tácito o explícito, así lo deciden. Entonces, el hombre asume un papel pasivo en cuanto a su rol de cabeza, y la mujer asume un papel activo en el mismo.
Esto se traduce a veces en asuntos tan prácticos como cuando el hombre realiza las labores domésticas, y la mujer se ocupa del sustento de la casa. O como cuando el hombre sigue los dictados de la mujer, y la mujer asume el gobierno de la casa. El resultado es una confusión de roles, confusión de modelos y anarquía. Hoy existe una «feminización» de la cultura. La mujer, creada para ocupar un papel complementario («ayuda idónea»), ha ido ocupando un rol más y más protagónico. Esto ha ido produciendo hogares «unisex», en que ambos cónyuges se intercambian los roles, de modo que no hay nada ‘masculino’ ni nada ‘femenino’. Cuando el orden de Dios no está claro, todos los miembros de la familia procurarán imponerse unos a otros, la mujer al marido, los hijos a los padres, etc. Esto será causa de rencillas permanentes. «Dolor es para su padre el hijo necio, y gotera continua las contiendas de la mujer» (Proverbios 19:13).
Confusión de roles sexuales (en los hijos): Ante tal espectáculo, si los hijos llegan a ser adultos con patrones de conducta normales, será casi por milagro. ¿Qué modelo le ha brindado el padre al hijo? ¿Qué modelo le ha brindado la madre a la hija? Probablemente ellos tendrán serias dificultades en sus propios matrimonios. Hay estudios que arrojan resultados alarmantes, como, por ejemplo, la incidencia en la homosexualidad. Un marido con tal familia, ¿podrá servir a Dios? Por muchos esfuerzos que realice, no le servirán de mucho. Dios no respaldará nada que se salga de su modelo y del orden que él estableció.
Hay que restablecer el orden de Dios. ¿Cómo?
Aceptando que el orden de Dios fue diseñado para el bien propio y del matrimonio, con todas sus implicaciones; es decir, con un cambio real en la manera de actuar de aquí en adelante. El marido deberá asumir responsablemente el rol que ha abandonado por comodidad o debilidad. El marido deberá someterse a la autoridad de Dios, para que él le permita establecer la suya propia en el matrimonio y el hogar. La autoridad del marido cristiano no se impone mediante la fuerza o la coerción, sino que es una autoridad espiritual.
El orden de Dios para el matrimonio
Las Esposas
La esposa fue creada para que fuera la ayuda idónea para su marido. Como tal, expresa la belleza de la iglesia que está subordinada y sujeta a Cristo. Esta sumisión representa para ella una gran ganancia, porque así está protegida. A nivel emocional (psicológico). La mujer no fue diseñada para enfrentar los rigores de la vida, para resolver las crisis familiares, y la toma de las grandes decisiones. De hecho, puede hacerlo si se ve obligada a ello (porque no es asunto de capacidad), pero no será sin consecuencias para su salud emocional.
La mujer, como esposa subordinada y sumisa, es una representación de la iglesia en su sujeción a Cristo, pero también es modelo para quienes no conocen la iglesia, en un mundo donde no se conoce mucho acerca del trasfondo espiritual del matrimonio. Es decir, ella tiene como modelo a la iglesia, pero a la vez ella sirve de modelo para que otros vean lo que es la iglesia en su relación con Cristo. La sumisión de la mujer no ha de ser una práctica forzada e hipócrita, sino el fruto de una disposición del corazón que, en temor, busca agradar al Señor. La ruptura del orden de Dios al interior de la familia se produce muchas veces porque la mujer, sea por sí misma o por mutuo acuerdo con el varón, toma el lugar del marido como ‘cabeza’. Esto trae consigo una confusión de roles.
Causas en la esposa de esta ruptura del orden de Dios
La falta de instrucción en la Palabra. Ella quiere obedecer y agradar al Señor, pero no sabe cómo.
Rebeldía:
Ella encuentra que él no es un hombre digno de admiración ni de respeto. Piensa que, o bien ella se equivocó al aceptarlo como marido, o Dios se equivocó al dárselo. Tal vez recuerda su juventud llena de esplendor, de ‘buenos partidos’ que ella rechazó. Tal vez ella considera haber hecho (y estar haciendo) un derroche con semejante marido.
Rencillas:
Las rencillas son consecuencia del orgullo herido. Una mujer rebelde se siente permanentemente tocada en su autoestima. Su reacción son las palabras y actitudes violentas. Por casi cualquier motivo, ella provoca una disputa. Él, en un comienzo, cede ante su esposa para evitar el choque, pero finalmente se cansa, y responde. El hogar se transforma en un campo de batalla en que las palabras hirientes, son flechas, que van y vienen buscando el blanco.
«Mejor es vivir en un rincón del terrado que con mujer rencillosa en casa espaciosa» (Proverbios 21:9 y 25:24). «Mejor es morar en tierra desierta que con la mujer rencillosa e iracunda» (Proverbios 21:19). En este ambiente, los hijos son desdichados testigos de estas batallas violentas, y recibirán las consecuencias.
Desatención:
El marido no es digno de la atención de la mujer. Si ella lo atiende, será con indiferencia. Constantemente buscará (y hallará) la forma de evadirlo, y de no cumplir su deber conyugal.
Sobrevaloración:
La esposa con una alta autoestima tenderá a menospreciar a su marido. Sobre todo, cuando ella es más inteligente, más hábil, más habladora, más fuerte de carácter, más exitosa en su trabajo, cuando procede de una familia mejor conceptuada socialmente, etc.
Manipulación para obtener el control:
Utilizando las rencillas, los desprecios, los propios hijos, y otros muchos recursos, causará tal agobio en el marido, que él sólo querrá la paz. Y el precio de esa paz puede ser el gobierno de la casa. Resultado: se produce una inversión de los roles. El marido puede llegar a ser apenas uno más entre los hijos. Así se ha instaurado el matriarcado. Ella está contenta, el marido, resignado, pero ¿y el Señor?
Tiene que aceptar que el orden de Dios fue diseñado para su propio bien y el del matrimonio. La esposa deberá ceder el control del hogar y ocupar el lugar de sumisión y dependencia que Dios le prescribió. Eso podrá incomodarle en un comienzo, pero en definitiva traerá descanso y paz a su corazón. Debe aceptar que el marido que tiene no lo escogió ella, sino que se lo dio Dios. Ciertamente, Dios no se ha equivocado al darle el marido que tiene.
Consejos para un matrimonio feliz
Para que él ó ella siga enamorado, nada mejor que hacerle sentir que, al menos para ti, es alguien realmente especial.
Para el Marido:
Dale sorpresas: No esperes hasta el día de su cumpleaños o hasta cuando cumplas años o meses de casados. Dale una tarjeta sólo porque sí, llévala a un lugar especial. Lo mejor es que sea una sorpresa, y que se la des cuando ella menos lo espere. Dale su lugar: ella es tu esposa y, como tal, la persona más importante del mundo para ti. Esto significa que ella debe estar en primerísimo lugar. Así que dale ese lugar que le corresponde, y no formes alianzas con nadie en su contra, ni la critiques en público, ni la minimices de ningún modo.
Escúchala: Interésate por sus cosas, escúchala atentamente cuando te hable de sus problemas o de sus proyectos. No hay nada mejor en este mundo que sentir que hay alguien que siempre está dispuesto a escucharte. Dile cosas bonitas: Mi amor, mi vida, corazón, divino, tesoro encantado… o como tú quieras llamarla...Por muy enfadado que puedas estar con ella, procura no hablarle mal nunca. Y desde luego, los insultos tienen que estar fuera de toda discusión.
Para la Esposa:
Crea un hogar: Mantén tu casa arreglada y limpia. Decórala a gusto de ambos. Que no falte lo necesario, que ambos se sientan cómodos viviendo ahí. Tu hogar es su refugio. Si lo haces sentir bienvenido, siempre tendrá ganas de llegar a casa y de quedarse en ella contigo. Hazle sentir que es el mejor amante del mundo: Esto es absolutamente vital. Todos los hombres se preocupan muchísimo por su capacidad sexual, al que asocian, erróneamente, con su virilidad. Así que demuestra entusiasmo y enséñale cómo puede hacerte feliz. Si él se siente seguro y pleno, admirado y amado junto a ti, lo tendrás a tu lado para siempre.
Por favor… ¡arréglate! La pesadilla de todo hombre: una mujer que, una vez casada, se abandona, lo recibe embadurnada de crema, anda despeinada, con la cara lavada y en general, hecha un desastre. Acuérdate que la conquista apenas comienza, así que evita que te vea desarreglada. Ríete de sus bromas: Anímalo cuando se sienta decaído, celebra con él cuando tenga algún logro importante. Si logras que sienta que tú confías en él y esperas de él grandes cosas, si sabe que siempre estás ahí para animarlo y felicitarlo, se sentirá fantástico y muy especial. Respeta su privacidad: A veces tendrá ganas de estar solo. Querrá leer o escuchar música al final del día. Respeta eso, porque la privacidad también es parte de estar juntos.
Para el Matrimonio:
El contacto físico es vital, y mucho más en una pareja. Así que abrásense, dense un beso (o muchos), dale una caricia en la mano, dale un masaje. No dejen pasar ni un sólo día sin demostrarse cuánto se aman… tocándolo.
Tu amor, demuéstralo con palabras y acciones. Si tus palabras no están respaldadas por tus acciones de nada te sirve. Recuerda tus palabras deben estar siempre en armonía con tus acciones.
Casadas, estad sujetas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Colosenses 3:18,19
El que halla esposa halla el bien, Y alcanza la benevolencia de Jehová. Proverbios 18:22
Estudio Realizado por la Rvda. Edna Rivera Rivera
Pastor Asociado de la Iglesia de Jesucristo Defensores de la Fe