Que las personas buenas van al cielo, es una de las creencias más antiguas y populares del mundo. Pero, ¿qué piensa Dios de esto? Si usted es como la mayoría de las personas, entonces confía en que una vez que muera, su alma irá a alguna parte. La lógica es más o menos ésta: hay un Dios bueno que vive en un lugar bueno reservado para la gente buena. Obviamente, el criterio para ir a este lugar es ser buenos y hacer el bien.
Cada religión tiene sus propias variaciones sobre la definición de “bueno”, pero, por lo general, los hombres y las mujeres deben hacer ciertas cosas, y no hacer otras, para llegar a este buen lugar. La lógica detrás de esta suposición parece razonable, ¿verdad? Después de todo, si a usted le va bien en la escuela, es promovido al grado siguiente. Si hace bien su trabajo, recibirá aumentos y ascensos. Ser recompensados por nuestros esfuerzos es parte de nuestra experiencia y nuestras expectativas humanas. Por eso, es perfectamente justo que si usted hace bien las cosas en esta vida, pueda ir al cielo.
¿Qué otro punto de vista pudiera haber? ¿Tal vez que la gente mala va al cielo? ¡Absurdo! A pesar de todas sus diferencias, las principales religiones de este mundo tienen un denominador común: la manera como uno vive en este mundo determina nuestro destino en el más allá. Tantos expertos no pueden estar equivocados, ¿verdad?
Jesús no está de acuerdo
Todas las personas que he conocido, que creen que las personas buenas van al cielo, también tienen cosas buenas que decir acerca de Jesucristo. Pero la verdad es que si usted acepta el concepto de que las personas buenas van al cielo, no puede aceptar a Jesús ni a sus enseñanzas. Porque si las personas buenas realmente van al cielo, entonces Él engañó a quienes lo escuchaban. Jesús enseñó todo lo contrario de lo que cree la mayoría de las personas. Sus normas eran incluso más estrictas de las que se encuentran en la ley del Antiguo Testamento. Él enseñó que incluso la mejor persona que intenta siempre ayudar a los demás, no es lo suficientemente buena como para entrar en el reino de Dios. Además, afirmó que Dios quiere dar a los hombres y a las mujeres —incluyendo a los “malos” precisamente lo que no merecen. Esto no solamente iba en contra de las enseñanzas religiosas de su época; era también una divergencia con todo lo que había sido enseñado hasta entonces. El asunto era tan perturbador e indignante, que los líderes religiosos hicieron que Jesús fuera arrestado y crucificado.
Un incidente en particular aporta una sorprendente claridad en cuanto a la opinión de Jesús. Lucas registra un intercambio que tuvo lugar entre Jesús y los hombres que estaban crucificados a ambos lados de Él. Uno de los malhechores que colgaba lo injuriaba, diciéndole:“¿No eres el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”. Pero el otro malhechor lo reprendió. Le dijo: “¿Ni aun temes a Dios, estando en la misma condenación? Nosotros justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo” (Lc 23.39-41).
Observe que el segundo malhechor reconoció rápidamente que su vida era tan horrible que, en realidad, estaba recibiendo lo que merecía. Luego hizo lo impensable. Le pidió a Jesús que tuviera misericordia de él a pesar de su vida despreciable. Dijo: “Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino” (23.42). Tenga en cuenta que este hombre no estaba en posición de negociar. No había ningún “de ahora en adelante” —ya no tenía la oportunidad de hacer el bien. Había llegado al final, y no había oportunidad para recuperar el tiempo perdido. Nada de eso le importó a Jesús y pronunció estas palabras: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (23.43).
¿Se da usted cuenta de lo que significa que uno de los últimos actos de Jesús antes de morir, fue prometerle a un criminal un lugar en el paraíso? Indiscutiblemente, Él no creía que sean las personas buenas las que van al cielo. ¿No sabía Jesús nada en cuanto a la justicia? Es que Él estaba actuando con otra premisa completamente desconocida por este mundo. No es de extrañar que muchos se negaran a tomar en serio sus enseñanzas. Prometía a las personas precisamente lo que ellas no merecían.
Entonces, ¿quién es Jesús?
Jesús y sus enseñanzas no pueden mezclarse con las religiones que afirman que las personas buenas van al cielo. Él dijo cosas como estas: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Jn 14.6). Jesús no afirmó ser un camino —Él dijo que era el camino.
Por supuesto, simplemente por el hecho de que afirmó ser el Hijo de Dios, no significa que sus afirmaciones fueran verdaderas. Pero hay cosas que no se pueden negar: Él fue quien dijo ser, estaba diciendo la verdad y sus seguidores contaron lo que vieron. Pero muchas personas son reacias a aceptar cualquiera de estas verdades, y aunque casi todas las religiones ven a Jesús como especial —en realidad no aceptan lo que Él decía ser. Lo cual es interesante, porque cuando una persona dice ser más importante de lo que realmente es, no se hace merecedor de apoyo ni respeto.
Entonces, ¿quién cree usted que es Jesús? Esta es una pregunta importante, para la que hay cuatro posibles respuestas Jesús afirmó que era el sin igual Hijo de Dios, y se equiparó a sí mismo con Dios. Si usted no acepta sus afirmaciones acerca de sí mismo, entonces una posibilidad lógica es que él haya sido, en realidad, un mentiroso que engañaba a sabiendas a los demás. Una segunda posibilidad es que deliraba, y debido a lo convencido que estaba de ser quién decía ser, era convincente. Ninguna de estas opciones nos permite considerarlo un hombre bueno. Una tercera posibilidad es que Jesús nunca afirmó ser el Hijo de Dios, y que esas palabras fueron añadidas a su historia después de que Él murió. Esta es la opción más segura y conveniente, ya que uno puede seguir respetando a Jesús como un hombre bueno que decía cosas buenas acerca de un Dios bueno, sin tener que aceptar o someterse a sus enseñanzas.
Entonces nos damos cuenta que ninguna de estas opciones es correcta. Si Jesús estaba mintiendo o simplemente estaba loco, ¿por qué tantas personas continúan siguiéndole después de su muerte? No solamente sus discípulos siguieron creyendo en Él y difundiendo sus enseñanzas; también fueron arrestados y/o condenados a muerte porque afirmaban que había resucitado. La resurrección de Jesús era la esencia de su mensaje, y ellos afirmaban que habían sido testigos presenciales de la misma. Innumerables hombres y mujeres han muerto por creencias falsas, pero nadie estaría dispuesto a morir por algo que saben que es mentira.
Y aunque es conveniente creer que a los evangelios les fue añadido cosas que Jesús, en realidad, no dijo o no hizo, esta es una perspectiva terriblemente difícil de sostener y defender. Para comenzar, se tiene que tener un motivo. Después que Jesús murió, habría sido mucho más fácil (y menos arriesgado) difundir sus enseñanzas como lo hacían los discípulos de otras figuras religiosa ya desaparecidas. No había ninguna razón de peso para mentir acerca de su resurrección y hacer añadiduras a lo que Él enseñó. De hecho, sus afirmaciones tan únicas hacen que sus enseñanzas sean ofensivas y difíciles de aceptar. ¿Por qué iba alguien a añadir algo que restara credibilidad al mensaje? Simplemente, eso no tiene ningún sentido. Esto nos lleva a la última opción: Que Jesús es quien dijo ser, y que vino por la razón que Él dijo que vino —a llevar sobre sí mismo los pecados del mundo.
Más allá de toda justicia
La razón por la cual la gente buena no va al cielo, es porque no hay gente buena. Hay solamente pecadores. No importa cuánto bien hagamos, todos tenemos la tendencia a hacer las cosas a nuestra manera a expensas de otro. Y a pesar de los muchos problemas en que nos mete nuestro egoísmo, seguimos rindiéndole pleitesía. Después de varios milenios, todavía no hemos encontrado una manera de librarnos de este “tirano”; lo que necesitamos es ser rescatados, o librados de la irrefrenable tendencia egocéntrica que hay en nosotros. Necesitamos ser perdonados por todo el daño que hemos causado como resultado de nuestro pecado. El problema es que la ley de Dios me convence de mi pecado, pero no hace nada para ayudarme a vencerlo. La ley me declara culpable, pero no me da ninguna promesa de perdón. No importa cuánto nos esforcemos por cumplirla, la ley no ofrece nada para vencer el pecado ni para lograr el perdón.
Jesús, en cambio, vino a este mundo para ser tanto liberador como perdonador. Nadie más en la historia ha reclamado ser una cosa o la otra. Y su atractivo no es la justicia, sino la gracia. La Biblia enseña que Dios decidió no darnos lo que merecemos; pues de eso se trata la misericordia. Además, decidió darnos exactamente lo que no merecemos, es decir, gracia. Romanos 5.8 dice: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”. En otras palabras, aunque dimos la espalda a lo que era justo, Dios fue más allá de la justicia, y pagó por nuestros pecados Él mismo.
Esto significa que todo pecador es bienvenido; que todos los que llegan al cielo lo hacen de la misma manera; y que todos pueden cumplir con el requisito. Estas tres declaraciones son compatibles con el versículo más citado del Nuevo Testamento: “Porque de tal manera amó Dios al mundo,que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn 3.16). Creer en Jesús es el único requisito. Creer significa poner nuestra confianza en el hecho de que Él es quien dijo ser, y que usted ya no confía en lo que ha hecho para llegar al cielo. Es lo que Él hizo, lo que importa realmente.
La buena noticia es que las personas buenas no van al cielo. LAS PERDONADAS, SI.
La Biblia enseña que Dios decidió no darnos lo que merecemos; pues de eso se trata la MISERICORDIA. Además, decidió darnos exactamente lo que no merecemos, es decir, GRACIA.
Autor: Andy Stanley